Al que extraño es al viejo león del zoo, / siempre tomábamos café en el Bois de Boulogne, / me contaba sus aventuras en Rhodesia del Sur, / pero mentía, era evidente que nunca se había movido / del Sahara.
De todos modos me encantaba su elegancia, / su manera de encogerse de hombros ante las pequeñeces de la vida, / miraba a los franceses por la ventana del café / y decía “los idiotas hacen hijos".
Los dos o tres cazadores ingleses que se había comido / le provocaban malos recuerdos y aún melancolía, /
“las cosas que uno hace para vivir" reflexionaba / mirándose la melena en el espejo del café.
Sí, lo extraño mucho, / nunca pagaba la consumición, / pero indicaba la propina a dejar / y los mozos lo saludaban con especial deferencia.
Nos despedíamos a la orilla del crepúsculo, / él regresaba a son bureau, como decía, / no sin antes advertirme con una pata en mi hombro / “ten cuidado, hijo mío, con el París nocturno”.
Lo extraño mucho, verdaderamente, / sus ojos se llenaban a veces de desierto / pero sabía callar como un hermano, / cuando emocionado, emocionado / yo le hablaba de Carlitos Gardel.
De todos modos me encantaba su elegancia, / su manera de encogerse de hombros ante las pequeñeces de la vida, / miraba a los franceses por la ventana del café / y decía “los idiotas hacen hijos".
Los dos o tres cazadores ingleses que se había comido / le provocaban malos recuerdos y aún melancolía, /
“las cosas que uno hace para vivir" reflexionaba / mirándose la melena en el espejo del café.
Sí, lo extraño mucho, / nunca pagaba la consumición, / pero indicaba la propina a dejar / y los mozos lo saludaban con especial deferencia.
Nos despedíamos a la orilla del crepúsculo, / él regresaba a son bureau, como decía, / no sin antes advertirme con una pata en mi hombro / “ten cuidado, hijo mío, con el París nocturno”.
Lo extraño mucho, verdaderamente, / sus ojos se llenaban a veces de desierto / pero sabía callar como un hermano, / cuando emocionado, emocionado / yo le hablaba de Carlitos Gardel.
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