Para mí, lo inventamos. / Seguramente fue una tarde de domingo,/ con mate,/ con recuerdos,/ con tristeza,/ con bailables bajito, en la radio, / después de los partidos.
Seguramente nos dolía una foto en la pared, / algún no tengo ganas, / algún libro.
Yo creo que andaríamos así, / sonsos de aburrimiento, / solitariando viejos para qués, / sin mujer o sin plata, / y desabridos.
Seguramente nos sentimos de golpe / terriblemente solos, / muy huérfanos, muy niños. / Tal vez tocamos fondo. / Tal vez alguien pensó en el amasijo.
Entonces, qué sé yo, / nos pasó algo rarísimo. / Nos vino como un ángel desde adentro / nos pusimos proféticos, / nos despertamos bíblicos. / Miramos hacia las telarañas del techo / nos dijimos: / "Hagamos pues un Dios a semejanza / de lo que quisimos ser y no pudimos. / Démosle lo mejor, / lo más sueño y más pájaro / de nosotros mismos.
Inventémosle un nombre, una sonrisa, / una voz que perdure por los siglos / un plantarse en el mundo, lindo, fácil / como pasándole ases al destino.” / Y claro, lo deseamos / y vino. / Y nos salió morocho, glorioso, engominado, / eterno como un Dios o como un disco. / Se entreabrieron los cielos de costado / y su voz nos cantaba: / mi Buenos Aires querido
Eran como las seis, / esa hora en que empiezan los bailables / y ya acabaron todos los partidos.
Seguramente nos dolía una foto en la pared, / algún no tengo ganas, / algún libro.
Yo creo que andaríamos así, / sonsos de aburrimiento, / solitariando viejos para qués, / sin mujer o sin plata, / y desabridos.
Seguramente nos sentimos de golpe / terriblemente solos, / muy huérfanos, muy niños. / Tal vez tocamos fondo. / Tal vez alguien pensó en el amasijo.
Entonces, qué sé yo, / nos pasó algo rarísimo. / Nos vino como un ángel desde adentro / nos pusimos proféticos, / nos despertamos bíblicos. / Miramos hacia las telarañas del techo / nos dijimos: / "Hagamos pues un Dios a semejanza / de lo que quisimos ser y no pudimos. / Démosle lo mejor, / lo más sueño y más pájaro / de nosotros mismos.
Inventémosle un nombre, una sonrisa, / una voz que perdure por los siglos / un plantarse en el mundo, lindo, fácil / como pasándole ases al destino.” / Y claro, lo deseamos / y vino. / Y nos salió morocho, glorioso, engominado, / eterno como un Dios o como un disco. / Se entreabrieron los cielos de costado / y su voz nos cantaba: / mi Buenos Aires querido
Eran como las seis, / esa hora en que empiezan los bailables / y ya acabaron todos los partidos.
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