viernes, mayo 20, 2005

Espantapájaros - Oliverio Girondo

No sé, / me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias / o como pasas de higo; / un cutis de durazno o de papel de lija. / Le doy una importancia igual a cero, / al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco / o con un aliento insecticida. / Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz / que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias;
¡pero eso si! / -y en esto soy irreductible- / no les perdono, / bajo ningún pretexto, / que no sepan volar. / Si no saben volar / ¡ pierden el tiempo las que pretenden seducirme!
Está fue - y no otra- / la razón de que me enamorase, / tan locamente, de María Luisa. / ¿Que me importaban sus labios por entregas / y sus encelos sulfurosos? / ¿Que me importaban sus extremidades de palmípedo / y sus miradas de pronostico reservado? / ¡ María Luisa era una verdadera pluma! / Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, / volaba del comedor a la despensa.
Volando me preparaba el baño, la camisa. / Volando realizaba sus compras, sus quehaceres... / ¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, / volando, de algún paseo por los alrededores! / Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. / "¡ María Luisa! ¡María Luisa!... / y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, / para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio / planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; / durante horas enteras nos anidábamos en una nube, / como dos ángeles, y de repente, / en tirabuzón, en hoja muerta, / el aterrisaje forzoso de un espasmo.
¡ Que delicia la de tener una mujer tan ligera..., / aunque nos haga ver, de vez en cuando las estrellas! / ¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes... / la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer a una mujer etérea, / ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? / ¿Verdad que no hay una diferencia sustancial / entre vivir con una vaca / o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centimetros del suelo?
Yo, por lo menos, / soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, / y por más empeño que ponga en concebirlo, / no me es posible ni tan siquiera imaginar / que pueda hacerse el amor más que volando.

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